viernes, 30 de enero de 2015

La sensación de fracaso.

¿Quién no ha fracasado en algo alguna vez? ¿Quién no se ha sentido vencido en algún momento de su vida? Prácticamente nadie. Es una emoción intensa, vital, dolorosa, inevitable y, en ocasiones, beneficiosa para el desarrollo personal. Con el fracaso se sufre, pero de él se aprenden muchas cosas si la experiencia se afronta con decisión, valentía y voluntad de superación.

El fracaso consiste en no lograr unos objetivos esperados a corto o largo plazo, y se acompaña de una vivencia amarga, desagradable y frustrante, que todos, y seguramente más de una vez, hemos tenido que afrontar. Es parte de la vida, la otra cara del éxito.

Hay que distinguir entre la sensación de fracaso ante un fallo o contratiempo real, y la sensación que sobreviene sin motivo y de las que nos vamos a ocupar más adelante. La primera es la vivencia de un fracaso y en ella hay que matizar unos aspectos: la intensidad, la coherencia con el hecho que la desencadena y la forma de reaccionar. Ante un resultado adverso se siente, como es lógico, desagrado y frustración que se van atenuando hasta desaparecer. Lo normal es que el individuo, pasados los primeros momentos, razone sobre los motivos de su fracaso y a la luz de éstos consiga superarlo y evitar que vuelva a producirse. Es anómala la reacción excesivamente intensa, que dura demasiado tiempo o que se convierte en improductiva. A la hora de reaccionar ante un fracaso es fundamental la personalidad del individuo; las personalidades fuertes y maduras ponen en marcha todos sus mecanismos de defensa y superan de forma positiva el contratiempo; las personalidades más débiles e inseguras suelen venirse abajo ante escollos relativamente pequeños y necesitan mucho más apoyo del exterior para superarlos.

Hay sensaciones de fracaso del todo injustificadas. Las cosas pueden marchar relativamente bien y el sujeto sentirse abatido y hundido, incapaz de resolver el más mínimo contratiempo y con la sensación de fallar y haber fracasado de forma general o en algo muy concreto. Es un fracaso imaginario que arranca de sentimientos de inferioridad y minusvalía («uno cree que es un completo inepto y que no tiene futuro») o acompaña a rachas depresivas. Durante la depresión hay un hundimiento vital que se puede acompañar de esta sensación y que entra dentro del campo de la patología. No hay razonamientos que valgan ya que el mismo punto de partida de este sentimiento no es real ni lógico. Por lo común, al mejorar la situación afectiva o la autovaloración, esta sensación desaparece.

Hay ocasiones en que las expectativas no llegan a cumplirse, porque estas expectativas eran excesivas e irrealizables. No es raro que a veces sean expectativas impuestas por el entorno, lo que el padre, los amigos o las parejas pensaban que uno debía lograr pero que el interesado no veía tan claro. Se le forja un destino al individuo que él no ha decidido, pero si lo acepta y no llega a cumplirlo se sentirá fracasado, como si estuviese fallando a los demás sin haberse parado a pensar cuáles son sus propios deseos. Uno debe elegir su propio futuro, saber qué quiere, cómo y cuándo, de lo contrario, la excesiva presión ambiental condiciona su actividad y su estabilidad psicológica.

El «síndrome del fracasado» es la sensación permanente de haber fallado, de no haber logrado nada, de no tener posibilidades, que afecta al pasado, al presente y que permanecerá en el futuro. Puede ser tanto por motivos reales como imaginarios, pero el resultado es siempre que el sujeto se siente insatisfecho consigo mismo y con su vida. Una reacción casi esperada es sumirse en la frustración, la renuncia y el abandono; ésta es una de las vivencias más desalentadoras que se pueden sufrir y el individuo se convierte en un ser inoperante, sumido en la tristeza y en la incapacidad para superarse a sí mismo. El sujeto pierde la iniciativa, la capacidad de lucha, la resistencia a las eventualidades, cae en fases depresivas y puede desear morir. No pocas veces el alcoholismo y la drogadicción se convierten en las únicas vías de escape.

lunes, 7 de abril de 2014

Me siento fracasado

La sensación de fracaso

¿Quién no ha fracasado en algo alguna vez? ¿Quién no se ha sentido vencido en algún momento de su vida? Prácticamente nadie. Es una emoción intensa, vital, dolorosa, inevitable y, en ocasiones, beneficiosa para el desarrollo personal. Con el fracaso se sufre, pero de él se aprenden muchas cosas si la experiencia se afronta con decisión, valentía y voluntad de superación.

El fracaso consiste en no lograr unos objetivos esperados a corto o largo plazo, y se acompaña de una vivencia amarga, desagradable y frustrante, que todos, y seguramente más de una vez, hemos tenido que afrontar. Es parte de la vida, la otra cara del éxito.

Hay que distinguir entre la sensación de fracaso ante un fallo o contratiempo real, y la sensación que sobreviene sin motivo y de las que nos vamos a ocupar más adelante. La primera es la vivencia de un fracaso y en ella hay que matizar unos aspectos: la intensidad, la coherencia con el hecho que la desencadena y la forma de reaccionar. Ante un resultado adverso se siente, como es lógico, desagrado y frustración que se van atenuando hasta desaparecer. Lo normal es que el individuo, pasados los primeros momentos, razone sobre los motivos de su fracaso y a la luz de éstos consiga superarlo y evitar que vuelva a producirse. Es anómala la reacción excesivamente intensa, que dura demasiado tiempo o que se convierte en improductiva. A la hora de reaccionar ante un fracaso es fundamental la personalidad del individuo; las personalidades fuertes y maduras ponen en marcha todos sus mecanismos de defensa y superan de forma positiva el contratiempo; las personalidades más débiles e inseguras suelen venirse abajo ante escollos relativamente pequeños y necesitan mucho más apoyo del exterior para superarlos.

Hay sensaciones de fracaso del todo injustificadas. Las cosas pueden marchar relativamente bien y el sujeto sentirse abatido y hundido, incapaz de resolver el más mínimo contratiempo y con la sensación de fallar y haber fracasado de forma general o en algo muy concreto. Es un fracaso imaginario que arranca de sentimientos de inferioridad y minusvalía («uno cree que es un completo inepto y que no tiene futuro») o acompaña a rachas depresivas. Durante la depresión hay un hundimiento vital que se puede acompañar de esta sensación y que entra dentro del campo de la patología. No hay razonamientos que valgan ya que el mismo punto de partida de este sentimiento no es real ni lógico. Por lo común, al mejorar la situación afectiva o la autovaloración, esta sensación desaparece.

Hay ocasiones en que las expectativas no llegan a cumplirse, porque estas expectativas eran excesivas e irrealizables. No es raro que a veces sean expectativas impuestas por el entorno, lo que el padre, los amigos o las parejas pensaban que uno debía lograr pero que el interesado no veía tan claro. Se le forja un destino al individuo que él no ha decidido, pero si lo acepta y no llega a cumplirlo se sentirá fracasado, como si estuviese fallando a los demás sin haberse parado a pensar cuáles son sus propios deseos. Uno debe elegir su propio futuro, saber qué quiere, cómo y cuándo, de lo contrario, la excesiva presión ambiental condiciona su actividad y su estabilidad psicológica.

El «síndrome del fracasado» es la sensación permanente de haber fallado, de no haber logrado nada, de no tener posibilidades, que afecta al pasado, al presente y que permanecerá en el futuro. Puede ser tanto por motivos reales como imaginarios, pero el resultado es siempre que el sujeto se siente insatisfecho consigo mismo y con su vida. Una reacción casi esperada es sumirse en la frustración, la renuncia y el abandono; ésta es una de las vivencias más desalentadoras que se pueden sufrir y el individuo se convierte en un ser inoperante, sumido en la tristeza y en la incapacidad para superarse a sí mismo. El sujeto pierde la iniciativa, la capacidad de lucha, la resistencia a las eventualidades, cae en fases depresivas y puede desear morir. No pocas veces el alcoholismo y la drogadicción se convierten en las únicas vías de escape.

miércoles, 2 de abril de 2014

Raíces profundas.

Tiempo atrás, yo era vecino de un médico cuyo hobby era plantar árboles en el enorme patio de su casa. A veces observaba, desde mi ventana, su esfuerzo por plantar árboles y más árboles, todos los días. Lo que más llamaba mi atención, entretanto, era el hecho de que él jamás regaba los brotes que plantaba. Pasé a notar, después de algún tiempo, que sus árboles estaban demorando mucho en crecer. Cierto día, resolví entonces aproximarme al médico y le pregunté si él no tenía recelo de que las plantas no crecieran, pues percibía que él nunca las regaba. Fue cuando, con un aire orgulloso, él me describió su fantástica teoría. Me dijo que, si regase sus plantas, las raíces se acomodarían en la superficie y quedarían siempre esperando por el agua fácil, que venía de encima. Como él no las regaba, los árboles demorarían más para crecer, pero sus raíces tenderían a migrar hacia lo más profundo, en busca del agua y de los variados nutrientes encontrados en las capas más inferiores del suelo. Así, según él, los árboles tendrían raíces profundas y serían más resistentes a la intemperie. Y agregó que él frecuentemente daba unas palmadas en sus árboles, con un diario doblado, y que hacía eso para que se mantuvieran siempre despiertas y atentas. Esa fue la única conversación que tuvimos con mi vecino. Tiempo después fui a vivir a otro país, y nunca más volví a verlo. Varios años después, al retornar del exterior, fui a dar una mirada a mi antigua residencia. Al aproximarme, noté un bosque que no había antes. ¡¡Mi antiguo vecino, había realizado su sueño!! Lo curioso es que aquel era un día de un viento muy fuerte y helado, en que los árboles de la calle estaban arqueados, como si no estuviesen resistiendo al rigor del invierno. Entretanto, al aproximarme al patio del médico, noté cómo estaban sólidos sus árboles: Prácticamente no se movían, resistiendo estoicamente aquel fuerte viento. Qué efecto curioso, pensé… Las adversidades por las cuales aquellos árboles habían pasado, llevando palmaditas y habiendo sido privados de agua, parecía que los había beneficiado de un modo que el confort y el tratamiento más fácil jamás lo habrían conseguido. Todas las noches, antes de ir a acostarme, doy siempre una mirada a mis hijos. Observo atentamente sus camas y veo cómo ellos han crecido. Frecuentemente oro por ellos. En la mayoría de las veces, pido para que sus vidas sean fáciles, para que no sufran las dificultades y agresiones de éste mundo… He pensado, entretanto, que es hora de cambiar mis ruegos. Ese cambio tiene que ver con el hecho de que es inevitable que los vientos helados y fuertes nos alcancen. Sé que ellos encontrarán innumerables dificultades y que, por tanto, mis deseos de que las dificultades no ocurran, han sido muy ingenuos. Siempre habrá una tempestad en algún momento de nuestras vidas, porque, queramos o no, la vida no es muy fácil. Al contrario de lo que siempre he hecho, pasaré a rezar para que mis hijos crezcan con raíces profundas, de tal forma que puedan retirar energía de las mejores fuentes, de las más divinas, que se encuentran siempre en los lugares más difíciles. Pedimos siempre tener facilidades, pero en verdad lo que necesitamos hacer es pedir para desenvolver raíces fuertes y profundas, de tal modo que cuando las tempestades lleguen y los vientos helados soplen, resistamos con firmeza, en vez de que seamos subyugados y barridos. La naturaleza nos enseña muchas cosas si las sabemos ver.

lunes, 17 de marzo de 2014

Mirar fijamente a los ojos no es la mejor manera de convencer.

En el imaginario popular se ha asentado la idea de que mirar directamente a los ojos es una excelente estrategia para convencer a una persona. Sin embargo, ahora una investigación realizada en las universidades de Harvard y Columbia ponen en duda que el contacto visual directo sea la mejor manera para influir sobre alguien. De hecho, afirman que en algunos casos podría ejercer el efecto contrario.

En el estudio, los investigadores les pidieron a los participantes que viesen un vídeo de una persona que hacía referencia a determinados argumentos políticos. A un grupo se le pidió que mirara directamente a los ojos del orador mientras que al otro grupo se le dijo que evitarán el contacto visual y se centraran en los movimientos de la boca. 

Asombrosamente, quienes establecieron el contacto visual se mostraron menos convencidos con las razones del orador. Y lo más curioso es que mientras más prolongado era el contacto visual, menos convincentes resultaban los argumentos.

Por tanto, estos resultados sacan a colación el hecho de que el contacto visual puede enviar diferentes tipos de mensajes, que varían en dependencia de la situación. Es decir, en ciertas ocasiones mirar directamente a los ojos puede ser un signo de conexión y confianza pero otras veces se puede asociar al dominio y la intimidación, sobre todo cuando existe una confrontación. Como resultado, las personas reaccionarían parapetándose detrás de su postura y cerrándose a argumentos diferentes.

Entonces, ¿qué hacer?

Cuando sabes de antemano que el público es reacio a las ideas que quieres transmitirle, lo mejor es no buscar insistentemente el contacto visual. No rehuyas la mirada cuando vuestros ojos se encuentren porque eso denotaría falta de confianza pero tampoco te esfuerces por captar su mirada. Lo ideal sería establecer ese contacto visual solo cuando el público comienza a ser receptivo a tus argumentos.

Una posible explicación a este fenómeno sería que en situaciones de confrontación percibimos el contacto visual como una forma de agresión, un intento de dominación, y respondemos defendiéndonos, lo cual significa replegarnos sobre nosotros mismos. De hecho, los investigadores afirman que el contacto visual es algo tan primitivo que tampoco les asombraría descubrir que hace detonar una serie de respuestas inconscientes y cambios a nivel fisiológico que nos pueden poner a favor o en contra de un argumento.


Fuente: Chen, F. S. et. Al. (2013) In the Eye of the Beholder. Eye Contact Increases Resistance to Persuasion.Psychological Science; 24(11): 2254-2261.

miércoles, 5 de marzo de 2014

¿Cómo afecta la falta de sueño a nuestro cerebro?

La falta de sueño incide sobre nuestro cerebro y puede provocar desde demencia hasta obesidad, patologías metabólicas e incluso, en los casos más extremos, la muerte. En nuestro día a día, la privación del sueño se manifiesta retardando nuestra reacción ante los estímulos, alterando nuestra capacidad de raciocinio y provocando dificultades para concentrarnos en aquellas tareas que nos resultan monótonas. Diversos estudios han demostrado además que el sueño deteriora nuestro rendimiento en las pruebas de memoria y afecta profundamente nuestra capacidad de aprendizaje.


Induce comportamientos irreflexivos

Un estudio desarrollado en la Universidad de Minnesota, ha descubierto que la falta de sueño hace que nuestro cerebro se comporte como el de un adolescente. ¿Por qué? La razón es muy sencilla: la privación del sueño obstaculiza el funcionamiento de los lóbulos frontales, que son los principales responsables del juicio ejecutivo; o sea, la capacidad de prestar atención y tomar buenas decisiones.

Estos investigadores notaron que cuando las personas están muy cansadas y necesitan un sueño reparador, el flujo de sangre hacia las áreas de la zona frontal del cerebro es menor y las ondas cerebrales se mueven con mayor lentitud. Como resultado, se afecta nuestra capacidad para responder de forma asertiva ante los estímulos del entorno y es más probable que nos equivoquemos o que hagamos cosas que jamás nos hubiésemos atrevido a hacer.


Perdemos tejido cerebral

Un estudio muy reciente realizado en la Universidad de Uppsala, en Suecia, sugiere que la falta de sueño hace que perdamos tejido cerebral. Estos investigadores analizaron a 15 personas jóvenes y sanas, la mitad de ellos no durmió durante una noche y la otra mitad tuvo un sueño reparador de 8 horas. Al día siguiente, los investigadores les hicieron exámenes de sangre y lo que descubrieron fue asombroso.

En la sangre de las personas que no habían dormido, había concentraciones más elevadas de NSE y S-100B, dos moléculas que normalmente se encuentran en las neuronas y las células gliales. Este incremento del 20% en los niveles de NSE y S-100B hace pensar a los investigadores que la falta de sueño conduce a la pérdida de tejido cerebral. De hecho, en estudios anteriores ya se había podido apreciar que las personas que sufren una enfermedad neurodegenerativa presentaban niveles muy elevados en sangre de estas moléculas.

¿Por qué el sueño es tan importante para nuestro cerebro?

Durante un ciclo de sueño normal, los niveles de glucosa del metabolismo cerebral caen en un 30%, en comparación con el estado de vigilia. Esto se debe a que durante el sueño se reduce drásticamente la cantidad de información que nuestro cerebro procesa. Al contrario, cuando nos mantenemos despiertos en la noche, seguimos procesando esta información por lo que nuestro cerebro continúa consumiendo glucosa. 

¿Qué significa todo esto a nivel de metabolismo?

A grosso modo, el hecho de seguir despiertos demanda más energía, que nuestro organismo extrae de la glucosa. En ese proceso, que se denomina fosforilación oxidativa, se desprende una pequeña cantidad de subproductos que se conocen como especies reactivas del oxígeno (ROS). Obviamente, mientras menos durmamos, más especies reactivas del oxígeno produciremos y estas terminarán causando daños a las neuronas o incluso produciendo su muerte.

En este sentido, hace poco un estudio realizado en el Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos y Accidentes Cerebrovasculares de Estados Unidos descubrió que mientras estamos despiertos y nuestro cerebro se mantiene activo, estos productos de desecho se van acumulando. Sin embargo, durante el sueño logramos deshacernos de ellos a través de una red de pequeños canales que corren a través del líquido cefalorraquídeo y que se encarga de llevar todas esas toxinas al hígado, donde se eliminarán por completo de nuestro organismo.

Por tanto, la falta de sueño no solo aumenta el volumen de productos de desecho del metabolismo cerebral sino que también nos impide eliminarlos. Por eso no es descabellado hipotetizar que la falta de sueño puede ser un factor determinante para la aparición de patologías neurodegenerativas como el Alzheimer, que no es más que la acumulación de placas producidas por la beta-amiloide, una proteína que comienza destruyendo las sinapsis y termina atacando a las neuronas.



Fuente: http://www.rinconpsicologia.com/2014/02/la-falta-de-sueno-como-afecta-nuestro.html

martes, 4 de marzo de 2014

Los cinco signos que indican que alguien ha sobrepasado tus límites.

Detectar cuando alguien ha sobrepasado un límite físico es muy fácil, hasta las personas más despistadas se percatan de ello. Sin embargo, los límites psicológicos son más sutiles y a menudo es más complicado darse cuenta de que alguien los está sobrepasando.


No obstante, el principal problema consiste en que la mayoría de nosotros no somos conscientes de nuestros límites en el plano emocional por lo que nos resulta complejo determinar con precisión cuando alguien se ha pasado de la raya. Para evitar un problema, solemos pasar por alto el incidente, lo cual significa que extendemos nuestros límites, a veces más allá de lo que sería recomendable.

Vale aclarar que extender nuestros límites no es algo negativo en sí. De hecho, las personas más creativas, inteligentes y sensibles se caracterizan por tener límites más flexibles y estar dispuestas a ampliarlos cuando sea necesario.

Sin embargo, hay ocasiones en las cuales debemos hacer valer nuestros derechos pues de lo contrario corremos el riesgo de que acaben sometiéndonos desde el punto de vista emocional. El primer paso consiste en aprender a detectar cuándo alguien está sobrepasando nuestros límites.


1. Justificas el mal comportamiento de la persona
Uno de los signos que indican que alguien puede estar traspasando tus límites son las excusas que utilizas para justificar su mal comportamiento. Se trata de un problema muy común en las relaciones de pareja, sobre todo cuando hay violencia de por medio, ya sea física o psicológica. La justificación típica suele ser: “Él es muy bueno conmigo, solo me trata mal porque está demasiado tenso con el trabajo”. O cuando dejas pasar una burla que te ha herido profundamente porque sabes que, en el fondo, esa persona “te quiere”.

Lo cierto es que aunque estemos seguros de que la otra persona nos ama, la violencia y otro tipo de comportamientos que nos causan daño no están permitidos y no se deben justificar. Debemos estar muy atentos porque los límites entre la comprensión y la sumisión son muy sutiles. Por tanto, la próxima vez que intentes comprender por qué una persona se comporta de cierta manera, asegúrate de que no estás inventándote una excusa para evitar una discusión y sentirte bien contigo mismo.

2. Te culpas por las cosas que salen mal
Si te culpas constantemente por las cosas que salen mal, ya sea en casa o en el trabajo, es muy probable que exista alguien en tu entorno que está violando tus límites. Asumir la responsabilidad por nuestras acciones es un acto loable pero no podemos cargar con las responsabilidades ajenas porque si lo hacemos, jamás resolveremos el problema, al contrario, estaremos contribuyendo a que se instaure.

Por ejemplo, si un compañero de trabajo se ha apropiado del éxito del proyecto que habéis hecho entre los dos, no debes pensar que es culpa tuya porque no supiste defenderlo en el momento de la presentación. Quizás es cierto que tienes problemas para hablar en público pero eso no significa que no hayas trabajado duro para llegar hasta ese punto y ese esfuerzo debe ser reconocido. Por tanto, esa persona está invadiendo tu espacio al apropiarse de un mérito que también es tuyo. No te culpes, lucha por lo que te corresponde.

3. Dudas de tu decisión al escuchar otro criterio
Si después de haber tomado una decisión, comienzas a dudar cuando escuchas el criterio de otra persona, es muy probable que ese amigo, colega o familiar esté intentando inmiscuirse en tus asuntos. Vale aclarar que cuando nos encontramos ante una encrucijada, es normal que consultemos a otras personas para escuchar su criterio. En ocasiones estos puntos de vista nos pueden hacer cambiar de idea y no hay nada de malo en ello. De hecho, se trata de un proceso enriquecedor.

Sin embargo, hay ocasiones en que las personas intentan manipularnos una vez que hemos tomado la decisión. El ejemplo clásico es el de los padres que afirman que apoyarán de manera incondicional a su hijo pero después cuestionan continuamente su decisión intentando que tome otro camino. 

4. No se tienen en cuenta tus opiniones
Si a menudo sientes que tus opiniones, deseos y preferencias no se tienen en cuenta, es probable que alguien esté sobrepasando tus límites. En las relaciones interpersonales es necesario negociar continuamente las decisiones. Aunque casi nunca somos conscientes de ello, lo cierto es que nos pasamos gran parte del día intentando lograr acuerdos. Algunos pueden parecer muy triviales, como la elección del restaurante o la película que veremos en el cine pero otros son más trascendentales, como la compra de la casa o la decisión de tener un hijo.

En una relación equilibrada, cada una de las partes debe esforzarse por satisfacer a la otra encontrando un punto medio que satisfaga a ambas. Sin embargo, hay ocasiones en que una de las personas impone su criterio y no tiene en cuenta las opiniones y preferencias del otro. Cuando se llega a ese punto, existe una clara violación de tus derechos como persona.

5. Te sientes “pequeño”
En los casos más extremos, cuando la persona ha soportado durante varios años que otro traspase continuamente sus límites, puede llegar a tener la sensación de que no es nadie, es como si su “yo” se difuminase. De hecho, eso es precisamente lo que ocurre.

Y es que nuestros límites psicológicos no solo sirven para indicarles a las personas hasta dónde pueden llegar en sus relaciones con nosotros sino que también nos determinan; es decir, nos identifican y nos diferencian de los demás. Por tanto, es usual que las personas que no son capaces de establecer límites saludables, sufran daños a su autoestima, vean como su abanico de intereses se reduce paulatinamente y, al final, se sientan perdidas.

¿Qué hacer cuando han cruzado tus límites?
Cuando te percates de que tus límites han sido quebrantados, debes decirlo con claridad. Expresa lo que piensas y cómo te sientes, deja clara tu posición al respecto para que en un futuro esa situación no se vuelva a repetir. Eso sí, considera que de nada vale enfadarse o hacer un drama, utiliza un tono relajado pero decidido. La idea esencial que debes transmitir es que no estás dispuesto a ceder en determinados puntos.

Fuente: http://www.rinconpsicologia.com/2014/02/los-5-signos-que-indican-que-alguien-ha.html