lunes, 7 de abril de 2014

Me siento fracasado

La sensación de fracaso

¿Quién no ha fracasado en algo alguna vez? ¿Quién no se ha sentido vencido en algún momento de su vida? Prácticamente nadie. Es una emoción intensa, vital, dolorosa, inevitable y, en ocasiones, beneficiosa para el desarrollo personal. Con el fracaso se sufre, pero de él se aprenden muchas cosas si la experiencia se afronta con decisión, valentía y voluntad de superación.

El fracaso consiste en no lograr unos objetivos esperados a corto o largo plazo, y se acompaña de una vivencia amarga, desagradable y frustrante, que todos, y seguramente más de una vez, hemos tenido que afrontar. Es parte de la vida, la otra cara del éxito.

Hay que distinguir entre la sensación de fracaso ante un fallo o contratiempo real, y la sensación que sobreviene sin motivo y de las que nos vamos a ocupar más adelante. La primera es la vivencia de un fracaso y en ella hay que matizar unos aspectos: la intensidad, la coherencia con el hecho que la desencadena y la forma de reaccionar. Ante un resultado adverso se siente, como es lógico, desagrado y frustración que se van atenuando hasta desaparecer. Lo normal es que el individuo, pasados los primeros momentos, razone sobre los motivos de su fracaso y a la luz de éstos consiga superarlo y evitar que vuelva a producirse. Es anómala la reacción excesivamente intensa, que dura demasiado tiempo o que se convierte en improductiva. A la hora de reaccionar ante un fracaso es fundamental la personalidad del individuo; las personalidades fuertes y maduras ponen en marcha todos sus mecanismos de defensa y superan de forma positiva el contratiempo; las personalidades más débiles e inseguras suelen venirse abajo ante escollos relativamente pequeños y necesitan mucho más apoyo del exterior para superarlos.

Hay sensaciones de fracaso del todo injustificadas. Las cosas pueden marchar relativamente bien y el sujeto sentirse abatido y hundido, incapaz de resolver el más mínimo contratiempo y con la sensación de fallar y haber fracasado de forma general o en algo muy concreto. Es un fracaso imaginario que arranca de sentimientos de inferioridad y minusvalía («uno cree que es un completo inepto y que no tiene futuro») o acompaña a rachas depresivas. Durante la depresión hay un hundimiento vital que se puede acompañar de esta sensación y que entra dentro del campo de la patología. No hay razonamientos que valgan ya que el mismo punto de partida de este sentimiento no es real ni lógico. Por lo común, al mejorar la situación afectiva o la autovaloración, esta sensación desaparece.

Hay ocasiones en que las expectativas no llegan a cumplirse, porque estas expectativas eran excesivas e irrealizables. No es raro que a veces sean expectativas impuestas por el entorno, lo que el padre, los amigos o las parejas pensaban que uno debía lograr pero que el interesado no veía tan claro. Se le forja un destino al individuo que él no ha decidido, pero si lo acepta y no llega a cumplirlo se sentirá fracasado, como si estuviese fallando a los demás sin haberse parado a pensar cuáles son sus propios deseos. Uno debe elegir su propio futuro, saber qué quiere, cómo y cuándo, de lo contrario, la excesiva presión ambiental condiciona su actividad y su estabilidad psicológica.

El «síndrome del fracasado» es la sensación permanente de haber fallado, de no haber logrado nada, de no tener posibilidades, que afecta al pasado, al presente y que permanecerá en el futuro. Puede ser tanto por motivos reales como imaginarios, pero el resultado es siempre que el sujeto se siente insatisfecho consigo mismo y con su vida. Una reacción casi esperada es sumirse en la frustración, la renuncia y el abandono; ésta es una de las vivencias más desalentadoras que se pueden sufrir y el individuo se convierte en un ser inoperante, sumido en la tristeza y en la incapacidad para superarse a sí mismo. El sujeto pierde la iniciativa, la capacidad de lucha, la resistencia a las eventualidades, cae en fases depresivas y puede desear morir. No pocas veces el alcoholismo y la drogadicción se convierten en las únicas vías de escape.

miércoles, 2 de abril de 2014

Raíces profundas.

Tiempo atrás, yo era vecino de un médico cuyo hobby era plantar árboles en el enorme patio de su casa. A veces observaba, desde mi ventana, su esfuerzo por plantar árboles y más árboles, todos los días. Lo que más llamaba mi atención, entretanto, era el hecho de que él jamás regaba los brotes que plantaba. Pasé a notar, después de algún tiempo, que sus árboles estaban demorando mucho en crecer. Cierto día, resolví entonces aproximarme al médico y le pregunté si él no tenía recelo de que las plantas no crecieran, pues percibía que él nunca las regaba. Fue cuando, con un aire orgulloso, él me describió su fantástica teoría. Me dijo que, si regase sus plantas, las raíces se acomodarían en la superficie y quedarían siempre esperando por el agua fácil, que venía de encima. Como él no las regaba, los árboles demorarían más para crecer, pero sus raíces tenderían a migrar hacia lo más profundo, en busca del agua y de los variados nutrientes encontrados en las capas más inferiores del suelo. Así, según él, los árboles tendrían raíces profundas y serían más resistentes a la intemperie. Y agregó que él frecuentemente daba unas palmadas en sus árboles, con un diario doblado, y que hacía eso para que se mantuvieran siempre despiertas y atentas. Esa fue la única conversación que tuvimos con mi vecino. Tiempo después fui a vivir a otro país, y nunca más volví a verlo. Varios años después, al retornar del exterior, fui a dar una mirada a mi antigua residencia. Al aproximarme, noté un bosque que no había antes. ¡¡Mi antiguo vecino, había realizado su sueño!! Lo curioso es que aquel era un día de un viento muy fuerte y helado, en que los árboles de la calle estaban arqueados, como si no estuviesen resistiendo al rigor del invierno. Entretanto, al aproximarme al patio del médico, noté cómo estaban sólidos sus árboles: Prácticamente no se movían, resistiendo estoicamente aquel fuerte viento. Qué efecto curioso, pensé… Las adversidades por las cuales aquellos árboles habían pasado, llevando palmaditas y habiendo sido privados de agua, parecía que los había beneficiado de un modo que el confort y el tratamiento más fácil jamás lo habrían conseguido. Todas las noches, antes de ir a acostarme, doy siempre una mirada a mis hijos. Observo atentamente sus camas y veo cómo ellos han crecido. Frecuentemente oro por ellos. En la mayoría de las veces, pido para que sus vidas sean fáciles, para que no sufran las dificultades y agresiones de éste mundo… He pensado, entretanto, que es hora de cambiar mis ruegos. Ese cambio tiene que ver con el hecho de que es inevitable que los vientos helados y fuertes nos alcancen. Sé que ellos encontrarán innumerables dificultades y que, por tanto, mis deseos de que las dificultades no ocurran, han sido muy ingenuos. Siempre habrá una tempestad en algún momento de nuestras vidas, porque, queramos o no, la vida no es muy fácil. Al contrario de lo que siempre he hecho, pasaré a rezar para que mis hijos crezcan con raíces profundas, de tal forma que puedan retirar energía de las mejores fuentes, de las más divinas, que se encuentran siempre en los lugares más difíciles. Pedimos siempre tener facilidades, pero en verdad lo que necesitamos hacer es pedir para desenvolver raíces fuertes y profundas, de tal modo que cuando las tempestades lleguen y los vientos helados soplen, resistamos con firmeza, en vez de que seamos subyugados y barridos. La naturaleza nos enseña muchas cosas si las sabemos ver.

lunes, 17 de marzo de 2014

Mirar fijamente a los ojos no es la mejor manera de convencer.

En el imaginario popular se ha asentado la idea de que mirar directamente a los ojos es una excelente estrategia para convencer a una persona. Sin embargo, ahora una investigación realizada en las universidades de Harvard y Columbia ponen en duda que el contacto visual directo sea la mejor manera para influir sobre alguien. De hecho, afirman que en algunos casos podría ejercer el efecto contrario.

En el estudio, los investigadores les pidieron a los participantes que viesen un vídeo de una persona que hacía referencia a determinados argumentos políticos. A un grupo se le pidió que mirara directamente a los ojos del orador mientras que al otro grupo se le dijo que evitarán el contacto visual y se centraran en los movimientos de la boca. 

Asombrosamente, quienes establecieron el contacto visual se mostraron menos convencidos con las razones del orador. Y lo más curioso es que mientras más prolongado era el contacto visual, menos convincentes resultaban los argumentos.

Por tanto, estos resultados sacan a colación el hecho de que el contacto visual puede enviar diferentes tipos de mensajes, que varían en dependencia de la situación. Es decir, en ciertas ocasiones mirar directamente a los ojos puede ser un signo de conexión y confianza pero otras veces se puede asociar al dominio y la intimidación, sobre todo cuando existe una confrontación. Como resultado, las personas reaccionarían parapetándose detrás de su postura y cerrándose a argumentos diferentes.

Entonces, ¿qué hacer?

Cuando sabes de antemano que el público es reacio a las ideas que quieres transmitirle, lo mejor es no buscar insistentemente el contacto visual. No rehuyas la mirada cuando vuestros ojos se encuentren porque eso denotaría falta de confianza pero tampoco te esfuerces por captar su mirada. Lo ideal sería establecer ese contacto visual solo cuando el público comienza a ser receptivo a tus argumentos.

Una posible explicación a este fenómeno sería que en situaciones de confrontación percibimos el contacto visual como una forma de agresión, un intento de dominación, y respondemos defendiéndonos, lo cual significa replegarnos sobre nosotros mismos. De hecho, los investigadores afirman que el contacto visual es algo tan primitivo que tampoco les asombraría descubrir que hace detonar una serie de respuestas inconscientes y cambios a nivel fisiológico que nos pueden poner a favor o en contra de un argumento.


Fuente: Chen, F. S. et. Al. (2013) In the Eye of the Beholder. Eye Contact Increases Resistance to Persuasion.Psychological Science; 24(11): 2254-2261.

miércoles, 5 de marzo de 2014

¿Cómo afecta la falta de sueño a nuestro cerebro?

La falta de sueño incide sobre nuestro cerebro y puede provocar desde demencia hasta obesidad, patologías metabólicas e incluso, en los casos más extremos, la muerte. En nuestro día a día, la privación del sueño se manifiesta retardando nuestra reacción ante los estímulos, alterando nuestra capacidad de raciocinio y provocando dificultades para concentrarnos en aquellas tareas que nos resultan monótonas. Diversos estudios han demostrado además que el sueño deteriora nuestro rendimiento en las pruebas de memoria y afecta profundamente nuestra capacidad de aprendizaje.


Induce comportamientos irreflexivos

Un estudio desarrollado en la Universidad de Minnesota, ha descubierto que la falta de sueño hace que nuestro cerebro se comporte como el de un adolescente. ¿Por qué? La razón es muy sencilla: la privación del sueño obstaculiza el funcionamiento de los lóbulos frontales, que son los principales responsables del juicio ejecutivo; o sea, la capacidad de prestar atención y tomar buenas decisiones.

Estos investigadores notaron que cuando las personas están muy cansadas y necesitan un sueño reparador, el flujo de sangre hacia las áreas de la zona frontal del cerebro es menor y las ondas cerebrales se mueven con mayor lentitud. Como resultado, se afecta nuestra capacidad para responder de forma asertiva ante los estímulos del entorno y es más probable que nos equivoquemos o que hagamos cosas que jamás nos hubiésemos atrevido a hacer.


Perdemos tejido cerebral

Un estudio muy reciente realizado en la Universidad de Uppsala, en Suecia, sugiere que la falta de sueño hace que perdamos tejido cerebral. Estos investigadores analizaron a 15 personas jóvenes y sanas, la mitad de ellos no durmió durante una noche y la otra mitad tuvo un sueño reparador de 8 horas. Al día siguiente, los investigadores les hicieron exámenes de sangre y lo que descubrieron fue asombroso.

En la sangre de las personas que no habían dormido, había concentraciones más elevadas de NSE y S-100B, dos moléculas que normalmente se encuentran en las neuronas y las células gliales. Este incremento del 20% en los niveles de NSE y S-100B hace pensar a los investigadores que la falta de sueño conduce a la pérdida de tejido cerebral. De hecho, en estudios anteriores ya se había podido apreciar que las personas que sufren una enfermedad neurodegenerativa presentaban niveles muy elevados en sangre de estas moléculas.

¿Por qué el sueño es tan importante para nuestro cerebro?

Durante un ciclo de sueño normal, los niveles de glucosa del metabolismo cerebral caen en un 30%, en comparación con el estado de vigilia. Esto se debe a que durante el sueño se reduce drásticamente la cantidad de información que nuestro cerebro procesa. Al contrario, cuando nos mantenemos despiertos en la noche, seguimos procesando esta información por lo que nuestro cerebro continúa consumiendo glucosa. 

¿Qué significa todo esto a nivel de metabolismo?

A grosso modo, el hecho de seguir despiertos demanda más energía, que nuestro organismo extrae de la glucosa. En ese proceso, que se denomina fosforilación oxidativa, se desprende una pequeña cantidad de subproductos que se conocen como especies reactivas del oxígeno (ROS). Obviamente, mientras menos durmamos, más especies reactivas del oxígeno produciremos y estas terminarán causando daños a las neuronas o incluso produciendo su muerte.

En este sentido, hace poco un estudio realizado en el Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos y Accidentes Cerebrovasculares de Estados Unidos descubrió que mientras estamos despiertos y nuestro cerebro se mantiene activo, estos productos de desecho se van acumulando. Sin embargo, durante el sueño logramos deshacernos de ellos a través de una red de pequeños canales que corren a través del líquido cefalorraquídeo y que se encarga de llevar todas esas toxinas al hígado, donde se eliminarán por completo de nuestro organismo.

Por tanto, la falta de sueño no solo aumenta el volumen de productos de desecho del metabolismo cerebral sino que también nos impide eliminarlos. Por eso no es descabellado hipotetizar que la falta de sueño puede ser un factor determinante para la aparición de patologías neurodegenerativas como el Alzheimer, que no es más que la acumulación de placas producidas por la beta-amiloide, una proteína que comienza destruyendo las sinapsis y termina atacando a las neuronas.



Fuente: http://www.rinconpsicologia.com/2014/02/la-falta-de-sueno-como-afecta-nuestro.html

martes, 4 de marzo de 2014

Los cinco signos que indican que alguien ha sobrepasado tus límites.

Detectar cuando alguien ha sobrepasado un límite físico es muy fácil, hasta las personas más despistadas se percatan de ello. Sin embargo, los límites psicológicos son más sutiles y a menudo es más complicado darse cuenta de que alguien los está sobrepasando.


No obstante, el principal problema consiste en que la mayoría de nosotros no somos conscientes de nuestros límites en el plano emocional por lo que nos resulta complejo determinar con precisión cuando alguien se ha pasado de la raya. Para evitar un problema, solemos pasar por alto el incidente, lo cual significa que extendemos nuestros límites, a veces más allá de lo que sería recomendable.

Vale aclarar que extender nuestros límites no es algo negativo en sí. De hecho, las personas más creativas, inteligentes y sensibles se caracterizan por tener límites más flexibles y estar dispuestas a ampliarlos cuando sea necesario.

Sin embargo, hay ocasiones en las cuales debemos hacer valer nuestros derechos pues de lo contrario corremos el riesgo de que acaben sometiéndonos desde el punto de vista emocional. El primer paso consiste en aprender a detectar cuándo alguien está sobrepasando nuestros límites.


1. Justificas el mal comportamiento de la persona
Uno de los signos que indican que alguien puede estar traspasando tus límites son las excusas que utilizas para justificar su mal comportamiento. Se trata de un problema muy común en las relaciones de pareja, sobre todo cuando hay violencia de por medio, ya sea física o psicológica. La justificación típica suele ser: “Él es muy bueno conmigo, solo me trata mal porque está demasiado tenso con el trabajo”. O cuando dejas pasar una burla que te ha herido profundamente porque sabes que, en el fondo, esa persona “te quiere”.

Lo cierto es que aunque estemos seguros de que la otra persona nos ama, la violencia y otro tipo de comportamientos que nos causan daño no están permitidos y no se deben justificar. Debemos estar muy atentos porque los límites entre la comprensión y la sumisión son muy sutiles. Por tanto, la próxima vez que intentes comprender por qué una persona se comporta de cierta manera, asegúrate de que no estás inventándote una excusa para evitar una discusión y sentirte bien contigo mismo.

2. Te culpas por las cosas que salen mal
Si te culpas constantemente por las cosas que salen mal, ya sea en casa o en el trabajo, es muy probable que exista alguien en tu entorno que está violando tus límites. Asumir la responsabilidad por nuestras acciones es un acto loable pero no podemos cargar con las responsabilidades ajenas porque si lo hacemos, jamás resolveremos el problema, al contrario, estaremos contribuyendo a que se instaure.

Por ejemplo, si un compañero de trabajo se ha apropiado del éxito del proyecto que habéis hecho entre los dos, no debes pensar que es culpa tuya porque no supiste defenderlo en el momento de la presentación. Quizás es cierto que tienes problemas para hablar en público pero eso no significa que no hayas trabajado duro para llegar hasta ese punto y ese esfuerzo debe ser reconocido. Por tanto, esa persona está invadiendo tu espacio al apropiarse de un mérito que también es tuyo. No te culpes, lucha por lo que te corresponde.

3. Dudas de tu decisión al escuchar otro criterio
Si después de haber tomado una decisión, comienzas a dudar cuando escuchas el criterio de otra persona, es muy probable que ese amigo, colega o familiar esté intentando inmiscuirse en tus asuntos. Vale aclarar que cuando nos encontramos ante una encrucijada, es normal que consultemos a otras personas para escuchar su criterio. En ocasiones estos puntos de vista nos pueden hacer cambiar de idea y no hay nada de malo en ello. De hecho, se trata de un proceso enriquecedor.

Sin embargo, hay ocasiones en que las personas intentan manipularnos una vez que hemos tomado la decisión. El ejemplo clásico es el de los padres que afirman que apoyarán de manera incondicional a su hijo pero después cuestionan continuamente su decisión intentando que tome otro camino. 

4. No se tienen en cuenta tus opiniones
Si a menudo sientes que tus opiniones, deseos y preferencias no se tienen en cuenta, es probable que alguien esté sobrepasando tus límites. En las relaciones interpersonales es necesario negociar continuamente las decisiones. Aunque casi nunca somos conscientes de ello, lo cierto es que nos pasamos gran parte del día intentando lograr acuerdos. Algunos pueden parecer muy triviales, como la elección del restaurante o la película que veremos en el cine pero otros son más trascendentales, como la compra de la casa o la decisión de tener un hijo.

En una relación equilibrada, cada una de las partes debe esforzarse por satisfacer a la otra encontrando un punto medio que satisfaga a ambas. Sin embargo, hay ocasiones en que una de las personas impone su criterio y no tiene en cuenta las opiniones y preferencias del otro. Cuando se llega a ese punto, existe una clara violación de tus derechos como persona.

5. Te sientes “pequeño”
En los casos más extremos, cuando la persona ha soportado durante varios años que otro traspase continuamente sus límites, puede llegar a tener la sensación de que no es nadie, es como si su “yo” se difuminase. De hecho, eso es precisamente lo que ocurre.

Y es que nuestros límites psicológicos no solo sirven para indicarles a las personas hasta dónde pueden llegar en sus relaciones con nosotros sino que también nos determinan; es decir, nos identifican y nos diferencian de los demás. Por tanto, es usual que las personas que no son capaces de establecer límites saludables, sufran daños a su autoestima, vean como su abanico de intereses se reduce paulatinamente y, al final, se sientan perdidas.

¿Qué hacer cuando han cruzado tus límites?
Cuando te percates de que tus límites han sido quebrantados, debes decirlo con claridad. Expresa lo que piensas y cómo te sientes, deja clara tu posición al respecto para que en un futuro esa situación no se vuelva a repetir. Eso sí, considera que de nada vale enfadarse o hacer un drama, utiliza un tono relajado pero decidido. La idea esencial que debes transmitir es que no estás dispuesto a ceder en determinados puntos.

Fuente: http://www.rinconpsicologia.com/2014/02/los-5-signos-que-indican-que-alguien-ha.html

lunes, 3 de marzo de 2014

¿Dormir lejos de mamá afecta psicológicamente al bebé?

Cuando las parejas se separan quienes más sufren son los niños. Eso está más que comprobado. En el proceso se adjudica la custodia legal del menor y se establecen días para que el padre o madre no custodio pueda pasar tiempo con sus hijos. En estos asuntos legales se dice tomar en cuenta la estabilidad del menor pero, muchas veces ignoran cosas simples como las que voy a revelar a continuación.

Un grupo de investigadores de la Universidad de Virginia en Estados Unidos estudió el efecto que tiene para los bebés de 1 a 3 años el pasar una noche lejos de su mamá o cuidador. Estudiaron a 5 mil niños entre estas edades y cuyos padres vivían separados. Los resultados fueron sorprendentes.

Resulta que el 43 por ciento de los niños que pasaron varios días lejos de su mamá o cuidador principal mostraron mayor inseguridad que aquellos bebés que durmieron lejos con menos frecuencia (16%).

El estudio apunta a que, en sus primeros tres años de vida, el bebé crea un apego muy fuerte con su madre o cuidador principal y pasar noches lejos de ellos (en otro hogar) les provoca inseguridad. Sugieren que -en esa etapa- el bebé duerma en un solo hogar los siete días de la semana. Como papá y mamá están separados y ambos tienen el derecho de pasar tiempo con los niños, los investigadores mencionan que lo ideal es que el padre no custodio pueda pasar todo el día con ellos pero que, a la hora de dormir, lo regresen al lugar donde pernoctan con su cuidador principal.

Cuando leí esta información me transporté a mi infancia. Mis padres se divorciaron cuando tenía 9 años y mi hermano 4. Fueron momentos muy duros y se me hacía difícil tener que separarme de mi madre para irme todo un fin de semana con mi papá. Durante ese fin de semana me separaba de todo lo que me gustaba para compartir con mi padre (al que amo con todo el corazón). Poco a poco se fue acortando el tiempo que pasaba con él. Para mí era muy complicado tener dos camas, dos casas, dos familias. Esto fue así a pesar que ambos hicieron un esfuerzo heroico por llevarse bien y nunca dilucidar sus asuntos de adultos frente a nosotros. No me quiero imaginar si la historia hubiese sido otra.

También he escuchado historias de mamás que aseguran que sus bebés regresan inquietos luego de pasar un fin de semana lejos de su casa. Quizás en este estudio pueda estar la explicación.

Sería bueno que las cortes y ambos padres tomaran en cuenta este tipo de información a la hora de establecer custodia. No hablo de quitarle más derechos al papá o al no custodio sino de darle mayor seguridad al bebé que, en primera y última instancia, es quien tiene prioridad.


Fuente: http://custodiaenpositivo.blogspot.com.es/2014/01/dormir-lejos-de-mama-afecta.html

¿Cómo debemos actuar ante una pregunta inadecuada o indiscreta?

Estás cenando con unos amigos y, de repente, alguien te suelta una pregunta indiscreta, ruda o inadecuada. La comida se te queda trabada en la garganta, le miras y te preguntas cómo es posible que haya dicho tal cosa. Creo que es una situación bastante común por la que todos hemos pasado. ¿Por qué las personas hacen este tipo de preguntas? Y lo que es aún más importante, ¿cómo responderles?


Rebuscando en las causas que originan las preguntas inadecuadas

Una de las razones más evidentes por las cuales las personas hacen preguntas inadecuadas o rudas es que no se dan cuenta de ello. Por muy extraño que nos parezca, hay gente que no tiene mucha sensibilidad social y pueden sacarse preguntas debajo de la manga que están bastante fuera de lugar. Estas personas no se caracterizan precisamente por su empatía y no se dan cuenta de que sus comentarios o preguntas pueden herir tu susceptibilidad.

Otra posibilidad es que no compartan tus mismos valores. Por ejemplo, hay personas para las cuales hablar de sexo con desconocidos es algo perfectamente normal pero hay otras que consideran este tema un tabú. Si la otra persona no te conoce bien y no sabe cuáles son tus temas tabú, es probable que te lance una pregunta que consideras indiscreta o inadecuada.

Otra razón implica una postura de rebeldía. Es decir, la pregunta en realidad no es importante porque ha sido realizada con el único objetivo de decirte que comprende a la perfección lo que consideras socialmente aceptable pero no le interesa. En estos casos, se trata de un desafío.

Otro motivo es el simple enfado, ira u hostilidad hacia ti; sentimientos que pueden ser conscientes o inconscientes. Un ejemplo clásico es cuando tu pareja se siente celosa y te lanza preguntas rudas o inadecuadas delante de los demás. O cuando una persona siente envidia e intenta hacerte quedar mal. 

Finalmente, otro motivo que puede generar una pregunta inadecuada o ruda descansa en el mecanismo de identificación con el agresor. Es decir, la persona en vez de sentir simpatía con la víctima, se alía con el agresor y asume su postura. Como ella misma ha sido víctima en algún momento, asume el papel del agresor con los demás y les lanza estas preguntas que los pone en una posición incómoda. Obviamente, se trata de una actitud que se asume de manera inconsciente.

¿Qué hacer?

1. Mantén tus reacciones bajo control. Es normal mostrar un poco de sorpresa porque normalmente estas preguntas nos toman desprevenidos pero intenta controlar tus emociones porque mostrarte nervioso o avergonzado solo servirá para añadir una tensión innecesaria al asunto.

2. Tómate unos segundos para pensar lo que vas a responder. No te apresures en dar una respuesta, tómate tu tiempo para pensar qué vas a decir y si quieres responder a la pregunta. Recuerda que no estamos obligados a dar una respuesta. 

3. Sé honesto. La mentira nunca es buena consejera. Si vas a responder, di la verdad. Si no lo vas a hacer, simplemente sonríe y di algo como: "prefiero no responder a eso". No obstante, lo mejor es buscar alguna salida divertida, esto relaja las tensiones y ahoga la pregunta entre risas.


Fuente: http://www.rinconpsicologia.com/2014/02/como-actuar-ante-las-preguntas.html

viernes, 14 de febrero de 2014

Amor y odio en las relaciones de pareja

En el gigantesco contexto de las relaciones de pareja, existen muchos tipos, diversos estilos, que podemos encontrar, desde nuestro punto de vista, quizás la mejor sea la que promueve el crecimiento y desarrollo personal e intelectual de los miembros de la pareja; pero en otros lamentables casos, se pueden generar interacciones en la relación que llegan a resultar nocivas y muy destructivas, en muchas parejas es posible que desde el inicio de la relación, las dinámicas sean saludables, basadas en el apoyo mútuo, cuidándose recíprocamente; por desgracia también es posible que algunas conductas adversas aparezcan conforme existe más convivencia, quizás estas hayan sido heredadas y se fortalezcan con el tiempo, llegando a crear una muy dañina convivencia.

Una relación de pareja es sin duda un desafío y más aún, mantenerla en equilibrio, no dejando de lado la independencia de cada uno de los miembros, es bastante común que uno o ambos vayan cediendo concesiones, dejando a un lado ciertos gustos, actividades y hasta ideologías; es completamente normal y hasta esperado que cada uno de nosotros dé algo de sí en el proceso de acomodación a la otra persona; lo que no es aceptable es que muchas veces perdemos iniciativa hasta llegar a un punto que resulta francamente intolerante.

La libertad se va perdiendo y pereciendo frente a la apatía de una relación dependiente e incluso simbiótica, para desgracia de la pareja, la percepción que tienen de lo que está ocurriendo suele no ser muy clara, siendo vaga y confusa; la mezcolanza de sentimientos nubla la percepción de la situación y uno, o ambos miembros de la relación, se ven fuertemente influenciados por la emoción antes de la razón, pues es imposible ser completamente objetivos frente a los problemas en que estamos inmersos.
El principal problema cuando sucede esto en una relación, es que estos estados de confusión y constantes peleas por el dominio pueden terminar en la creación de odio y resentimiento; sobre todo en la persona que por lo regular termina por dar la razón al otro, pues la persona siente, de forma consciente o inconscientemente, que ha cedido demasiado, que su individualidad se ha perdido, sintiéndose menos libre en todo lo que hace. Esa sensación de dependencia, causa malestar e impide ver las cosas con claridad, negando la oportunidad de apreciar esas cosas positivas que la otra persona posee, pues por lo general nos enfocamos tan sólo en hacer evidente lo desagradable de la relación, lo que tiene como resultado un círculo vicioso que no permite la superación de los problemas y nos estanca en una relación inmadura incapaz de trascender.

Una extraña mezcla se conjuga entre amor y rechazo, capaz de causar mucho desconcierto y malestar, haciendo que el desenvolvimiento de la relación se complique demasiado, es posible que las personas sigan amándose, aunque exista en ellas cierto egoísmo y dependencia; por otro lado, el resentimiento generado a causa de la sensación de pérdida de libertad produce malestar, aborrecimiento y hasta rencor con respecto a la otra persona.

Y así, los miembros de la pareja oscilan entre el amor y el rechazo que sienten entre sí, convirtiendo la relación en una extraña amalgama, una inestable mezcla de “odio y amor”.

Las relaciones sentimentales son complicadas, pero son complicadas por que se necesita de dos personas para darles vida, compaginar dos historias, dos diferentes orígenes, dos caminos muchas veces completamente opuestos; no basta con sentir amor, debemos fomentar la comprensión de que al aceptar compartir mi espacio, mi tiempo, mi vida con otra persona, estoy aceptando el reto de encontrar el equilibrio entre mi ser y el de mi pareja.

Debemos estar conscientes de que ya no existe “tú y yo”, pues se ha convertido en un “nosotros”; estar seguros de que antes de ti yo no era yo, antes de mi tú no eras tú y antes de ser nosotros dos, no éramos ninguno de los dos.



Fuente: http://revista-digital.verdadera-seduccion.com/amor-y-odio-en-las-relaciones-de-pareja/

Valorar el amor

Desde tiempos inmemorables se ha mencionado que solo una vez en la vida te puedes enamorar, que el primer amor es el único y verdadero que nunca se olvidará. Se han hecho poemas, canciones, tributos que dan a conocer lo que significa para cada quien esa persona que decimos especial.

Un querido amigo mío, y de muchos en mi país, nos decía un día que el pensar que alguien es especial para nosotros es pensar hacerle parte de uno, volver a juntarse en una fusión que nada pueda dar cabida a una separación de ninguna manera, tan parecido al caso de una historia que cuenta que en un planeta había seres con cuatro brazos, dos cabezas, es decir todo doble pero que por una catástrofe, una explosión hizo pedazos a tal planeta y partió en dos a sus habitantes, “… de allí la necesidad de cada persona por encontrar su otra mitad…” nos decía.

Una fusión de tal característica es ideal para cada uno de nosotros, pues así lo manda la ley cuando dos personas se unen en matrimonio, que expresa que la mano del hombre no intervenga en esa relación, y estoy de acuerdo en ello.

Hasta ahora he comentado sobre la situación que todos hemos vivido en algún momento determinado y que hubiésemos deseado nunca se termine, pero debo de decir que si existe el caso en que muchas parejas a pesar de su gran amor, han tenido que separarse por diferentes circunstancias que no cabe al momento mencionarlas. Estas separaciones en muchos de los casos terminan con corazones lastimados y heridos, un corazón desconfiado que muy difícilmente podrá volver a sentir algo por otra persona.

Es allí dónde puedo decir que si podemos enamorarnos otra vez, y no será como la primera de seguro, pues dependiendo de las dos partes, pueden hacer que ese sentimiento sea más fuerte que lo anteriormente vivido. Nunca se puede comparar un sentimiento vivido con otro, cada persona es especial en determinada manera y por naturaleza propia podemos aportar algo nuevo que faltó en la anterior relación. Es poder darnos cuenta también de las cosas que nos hicieron fallar y no volver a cometer esos mismos errores, pues ya sabemos a qué nos conducirá esos caminos borrascosos.

Mi artículo se refiere a “amar por décima vez” y no se refiere a seguirlo estrictamente con diferentes personas, podemos amar por decima o muchas más a la misma persona, pero que cada vez sea diferente y mejor. No deseamos ir de relación en relación desgastando nuestro interés y fuerzas que solo deberíamos dedicar a quién decimos amar desde el inicio.

El hecho de ir de relación en relación es como ir despegando de nuestra piel, una cinta adhesiva, si diez veces terminaste con alguien e iniciaste con alguien nuevo, diez veces tendrás que sacar esta cinta de tu piel y verás que cada vez tu piel queda débil o desgastada.

No es fácil poder mencionar estos casos cuando quién los escucha (o lee) está pasando por problemas recientes, pero si puedo decir que cada quien debe de estar muy seguro de sí mismo y de que las cosas que ha dado o entregado en una relación son lo que siempre deseó, es decir, con sinceridad, honestidad y sin querer herir a su ser amado.

Para que dedicarse a enamorar diez veces a otras personas cuando esas mismas diez veces las podemos hacer para una sola. Que no sea la monotonía la que nos gane la batalla y nos deje en algún momento solos lamentándonos de lo que pudo haber sido y ya no tenemos. Hagamos que cada día sea especial para cada uno de nosotros y de nuestra pareja con las cosas que hacíamos cuando éramos para así poder valorar más aun la relación que decidieron rescatar.


Fuente: http://revista-digital.verdadera-seduccion.com/valorar-el-amor/


martes, 11 de febrero de 2014

Mi Soledad


La soledad, esa gran catástrofe humana

La soledad se solía diagnosticar como una variante de la depresión. Hoy se le ha reconocido lo que se atribuye a las nuevas disciplinas: sustantividad propia. El universo de cada individuo está atiborrado de luces que pueden cada una de ellas activar, neutralizar o retardar el sentimiento de rechazo o aceptación de los demás.

¿Cómo habían podido las primeras comunidades sobrevivir un millón de años desconociendo la naturaleza gravitatoria de la soledad? La soledad solo surgía cuando se perdía el centro de gravedad, que todo parecía arremolinar a su alrededor; se alejaba la manada y dejaba al individuo solo consigo mismo. Si la historia de los sentimientos hubiera precedido a todo lo demás, como hubiera sido lógico, el primer gran sinsabor, la primera catástrofe, hubiera sido la expresión de la soledad: la ausencia de algo de lo que todo dependía, como el sentimiento de pertenencia a la manada.

De ahí arranca el origen de la empatía, que surge como el acicate principal del comportamiento prosocial. Al contrario de lo que han predicado la mayoría de los autores y, muy especialmente, el etólogo austriaco Konrad Lorenz, las tinieblas del pasado no eran pura violencia y agresividad destilada por la trama genital de los primeros antepasados de los humanos: los chimpancés, junto a sus allegados opuestos, los bonobos. Los niveles de violencia heredados, lejos de explicarlos el entramado genético, resultan ser la pura tergiversación de la experiencia individual.

La soledad sorprende a la víctima indefensa y totalmente desacostumbrada. Nadie está solo al nacer ni a medida que va creciendo. La naturaleza se encarga de que tanto en el ejercicio del sexo como en saciar el hambre, prodigar cuidados o ser sociable se garantice la reproducción y supervivencia. Si lo único que contara fuera la aversión a la amistad y la inclinación a la violencia, los soldados en la guerra se sumirían en ella con pasión.

Todos los experimentos efectuados demuestran absolutamente lo contrario: el rechazo inicial al uso de la violencia es innato. Los soldados deben aprender a matar si no quieren sucumbir al miedo. Tal y como sugiere Frans B. M. de Waal, los conatos de violencia anteriores a los grandes asentamientos agrícolas de hace doce mil años se pueden atribuir a mentes degeneradas o efectos de desórdenes postraumáticos de crisis de estrés. Nuestros antepasados eran, en promedio, gente pacífica que solo se sentía segura cuando formaba parte de la manada. La soledad no solo era difícil imaginarla, sino la fuente de todos los desvaríos y maltratos. Solo la muerte, la pérdida de la encrucijada de regreso o la expulsión de la manada podían incubar la soledad viciosa y desesperada. Parece absurdo pretender que la soledad es la fuente de inspiración, como se ha sugerido tantas veces. Pero también es absurdo pensar que la soledad condena en todos los casos al ostracismo y la infelicidad. Anthony Storr, el médico psiquiatra inglés, supo esbozar ese mundo con desusado dramatismo: se refería al testimonio de un prisionero.

¿Puede imaginar lo que implica ser prisionero para toda la vida? Los sueños se transforman en pesadillas y se descomponen los castillos que solo la imaginación sustentaba; solamente puedes imaginar fantasías y al final aborreces la realidad y prefieres vivir en el reducto contorsionado de un rincón que no es real. Se rechazan las leyes que rigen la vida ordinaria y se aceptan solo aquellas que determinan la vida aparte del resto. Pero en tu pequeño mundo no caben ni la luz ni las sombras; solo hay la oscuridad necesaria para vivir en un mundo traspuesto y fingido.

Autor: Eduard Punset


lunes, 6 de enero de 2014

Nuestra mente y la salud

Cuando estamos absortos imaginando una fantasía sexual, nuestro cuerpo puede responder como si estuviera teniendo esa experiencia; la mera suposición anticipada de un encuentro hostil puede hacer subir la presión sanguínea; conjeturar una situación que nos provoca temor acelera nuestro ritmo cardiaco… Estos ejemplos muestran que la relación entre lo que proyectamos en nuestra mente y la respuesta fisiológica y corporal es evidente. Del mismo modo, cuando suponemos que algo ocurre, nues­­tro cuerpo responde como si estuviera sucediendo en la realidad. Si cambiamos lo que imaginamos por algo más positivo, podemos influir directamente en la situación.

Numerosos estudios muestran que las imágenes construidas conscientemente pueden llevar a efectos tales como un aumento de la glucosa en sangre, la formación de ampollas, mayor secreción de ácido gástrico, y cambios en la temperatura de la piel y en el tamaño de las pupilas. Está claro que el cuerpo y la mente constituyen un sistema unificado e interdependiente. El poder de la creencia y de la imagen que mantenemos asociada a ella nos ayuda a mejorar nuestra salud cuando son positivas. En cambio, cuando son negativas, se incrementa nuestro malestar.

El esfuerzo creativo. A veces recurrimos a recuerdos negativos de situaciones que hemos vivido que nos hacen mantener una visión nociva de lo que puede ocurrir. En casos así debemos hacer un esfuerzo creativo para llegar a enfoques positivos. Podemos lograrlo descubriendo en nuestro pasado experiencias de superación y recurriendo a ellas, o bien imaginando un futuro mejor. Esto tendrá consecuencias saludables a todos los niveles: mental, corporal, emocional y relacional.

Alimentar la confianza. Los medicamentos actúan en ocasiones con un efecto placebo. Son productos que quizá no tienen una elevada repercusión fisiológica, pero son curativos porque el enfermo está convencido de que esa será su consecuencia. El efecto placebo se da, por ejemplo, cuando el médico transmite una imagen de futuro positivo al paciente. Esto alimenta su confianza y su esperanza. Con ello, el paciente cree en el resultado que obtendrá y, así, lo atrae y lo genera. Es decir, el resultado fisiológico de los pensamientos afecta directamente a la salud.

David Cooperrider, creador e impulsor de la Indagación Apreciativa, en su artículo sobre imagen positiva-acción positiva afirma: “La respuesta placebo es un proceso fascinante y complejo en el cual las imágenes proyectadas, tal como se reflejan por una creencia positiva en la eficacia de un remedio, provocan una respuesta curativa que puede ser tan poderosa como la terapia convencional. Aunque el fenómeno del placebo ha sido controvertido durante casi veinte años, la mayoría de los médicos aceptan hoy día como genuino el hecho de que entre uno y dos tercios de todos los pacientes tendrán una mejoría marcada fisiológica y emocional en sus síntomas simplemente creyendo que se les está dando un tratamiento efectivo” (Beecher, 1955; White, Tursky y Schwartz, 1985).

Norman Cousins, miembro de la Facultad de la Escuela de Medicina de UCLA (Universidad de California, Los Ángeles), en su obra Las opciones humanas (1981), sugiere que, más allá del sistema nervioso central, del hormonal y del inmunológico, hay otros dos que no se han tenido en cuenta convencionalmente, pero que deben reconocerse como esenciales para el buen funcionamiento del ser humano: el curativo, y el sistema de creencias. Cousins argumenta que los dos trabajan juntos: “El curativo es la forma en la que el cuerpo moviliza todos sus recursos para combatir la enfermedad. El de creencias es, a menudo, el activador del sistema curativo”.

La investigación en muchas áreas confirma este punto de vista y muestra que las respuestas placebo no son místicas ni inconsecuentes, y que las respuestas mentales y psicofisiológicas pueden ser canalizadas a través de más de cincuenta mensajeros moleculares neuropéptidos que enlazan los sistemas nerviosos, endocrino, autónomo y central (White, Tursky y Shwartz, 1985).

Una experiencia personal. He comprobado en carne propia los beneficios de mantener creencias e imágenes positivas sobre mi situación corporal. Sin ir más lejos, en 2011 tuve un accidente de moto en el centro de la ciudad de Barcelona. El impacto afectó a nueve vértebras, con fracturas, aplastamientos y fisuras de diversa consideración. Utilicé de inmediato la visión positiva: ¡Estoy viva! ¡Respiro! Un sentimiento de agradecimiento se apoderó de mí mientras aún yacía en la calle.

El pronóstico fue que debía pasar tres meses en posición horizontal, sin poder doblarme. Me vi obligada a ponerme un corsé de hierro para poder mantenerme en posición vertical, pero procurando no estar más de 30 minutos al día de pie. Después de tres meses en cama tuve una larga recuperación, que duró otros tantos debido a la pérdida de tono muscular provocada por la inmovilización.

El traumatólogo estudió la primera resonancia magnética después del accidente y me dijo que alguna de mis vértebras continuaría aplastada de por vida. Decidí desafiar su pronóstico y utilizar el efecto placebo: cada día en meditación visualizaba el crecimiento de mis vértebras y que podía moverme con total flexibilidad. Además seguí un régimen alimenticio que contribuyó a prevenir la descalcificación.

Dos meses y medio más tarde escribía: “Hoy he visto los resultados de las radiografías, y las vértebras que supuestamente tendría aplastadas de por vida han rehecho su altura y las he recuperado al cien por cien. Las vértebras están vivas y han crecido”.

En todo el proceso apliqué lo siguiente:
  • Apreciar el hecho de estar viva. La actitud de agrade­­ci­­miento y aprecio genera bienestar, y ello contribuye a una mejora vital.
  • Visualizar mi futuro con las vértebras restablecidas en su altura y flexibilidad normal. Me visualizaba danzando en el Cirque du Soleil. Veía todo lo positivo que la situación me ofrecía, a saber: meditar, estar con amigos sin prisa, leer, gozar del silencio…
  • Explicaba los beneficios de aquella situación inesperada e indagaba sobre ellos. Así reforzaba lo bueno y lo positivo, manteniendo mi tono vital mental y corporal. Mis preguntas se centraron en: ¿qué puedo aprender de esta situación?, ¿qué puedo descubrir de mí misma?
  • En esencia, apliqué la indagación apreciativa, que se centra en los aspectos que fortalecen la energía, la vitalidad y el bienestar de un sistema, sea este un cuerpo, un grupo, una familia, una organización. En mi caso me centré en todo aquello que daba sentido a mi vida y vitalidad a mi cuerpo.

Ante un malestar, depresión, enfer­­medad, es bueno plantearse preguntas que nos conecten con nuestro cen­­tro vital en vez de preguntas que nutran el malestar. Por ejemplo, ¿qué opor­­tunidades me brinda esta situación? En vez de ¿qué me estoy perdiendo por culpa de esta situación? Visualizarse sano. Invocar la energía saludable. Utilizar imágenes inspiradoras de esperanza y confianza, en vez de imágenes que nos desesperen. Así movilizamos nuestro sistema curativo. Y estar convencido del poder sanador del cuerpo y de la mente. Recuerde: el sistema de creencia activa la curación. Piense que puede mejorar y que su cuerpo tiene la capacidad para lograrlo.


Miedo a perderse algo

Toni llega sistemáticamente tarde a todas las citas. Y si algo le caracteriza es la celeridad. Su tremenda impuntualidad no se debe, pues, a que sea lento, sino a que su vida la forma una concentración de actividades pegadas unas a otras. Por muy deprisa que vaya, nunca puede llegar a tiempo. Una frase lo caracteriza: “No quiero malgastar la vida”. Y allí se encuentra la raíz de su conducta.

En la sociedad en que vivimos, si algo nos define es ir acelerados, y no solo en la faceta laboral, sino también en nuestra parcela ociosa. Huimos de un miedo que tenemos escondido en todas nuestras células: que llegue el final de nuestras vidas y que nos arrepintamos de no haberla vivido más intensamente o haberla desperdiciado.

El sufrimiento es algo muy íntimo. La sensación de soledad, de culpa, las dudas, la negrura que se nos instala dentro, suele parecernos algo muy nuestro. Propiedad privada. Solemos esconderlo; los demás, que nos parecen más felices, no podrían entenderlo. Todos solemos enseñar nuestra cara más sonriente. Así, unos idealizamos la vida de los otros. Pensamos que detrás de la sonrisa de los demás se encuentra una vida más fácil que la nuestra.

Las redes sociales multiplican esta idealización. En Facebook, por ejemplo, muchas personas cuelgan fotos de sus vidas: suculentas comidas, fiestas con los amigos, viajes alucinantes, momentos románticos… Nadie cuelga la bronca con su pareja. Así, cuando un domingo por la tarde sentados en el sofá del comedor nos ponemos a contemplar esas instantáneas fantásticas de nuestros amigos, nos podemos sentir muy desgraciados. FOMO (fear of missing out; en español, miedo a perderse algo) es la nueva etiqueta que ha surgido para esta sensación. ¡Estamos apoltronados en el sofá cuando los demás están disfrutando intensamente de la vida! ¡Nos estamos perdiendo algo! Según un estudio, tres de cada 10 personas con edades entre 13 y 34 años están sufriendo FOMO.

El sentimiento de que la vida pasa y quizá no la estamos aprovechando como deberíamos también lo aumenta la cantidad de oportunidades que nos ofrece el mundo desarrollado. Hace solo unas décadas, la televisión disponía de un único canal; ahora, el número es apabullante. Parece que en la vida pasa lo mismo. Las opciones se multiplican constantemente.

Unos días atrás me quedé sin champú. Entré en el primer establecimiento que vi, pero no encontré la marca que suelo utilizar. Podía comprar cualquier otro. Pero no fue tan fácil. No conté los tipos de champú que había, pero no menos de 40. Mis neuronas tardaron un buen rato en elegir uno. Ridículo.

Según el psicólogo Barry Schwartz, el aumento de opciones que nos ofrece la sociedad de consumo nos aleja de la felicidad en lugar de acercarnos a ella. San Francisco de Asís, que afirmaba: “Necesito pocas cosas, y esas pocas las necesito poco”, seguro que hubiera estado de acuerdo con él. El incremento de posibilidades aumenta nuestra frustración fundamentalmente por cinco motivos:

1. El tiempo que necesitamos para elegir. Mis amigos estuvieron durante mucho tiempo riéndose de mi móvil. ¿Por qué no lo cambias? Me gustaba cuando me enseñaban las aplicaciones de los suyos, pero pasar de mi simple telefonillo a un smartphone lo veía una aventura. No tenía ni idea de cómo empezar a elegir, y pensaba que una vez comprado no tendría tiempo para aprender a manejarlo y sacarle partido. Invertí muchas horas pidiendo consejo a cualquier persona que veía con uno en la mano. El análisis produce parálisis. Y así estaba yo, inmovilizada. Hasta que un día mi hermana me empujó dentro de un comercio para que me lo comprara de una vez.

2. El espacio que ocupan las opciones. Cuando entre varias posibilidades hemos elegido una y descartado las demás, en algunos casos las descartadas siguen estando disponibles, invadiendo espacio en nuestra mente. Supongamos que nos vamos de fin de semana y decidimos estar desconectados. Y así lo hacemos; sin embargo, la posibilidad de conectar el teléfono está allí constantemente. Quizá se nos cruce por la cabeza en varios momentos. Y aunque superemos esas fugaces tentaciones, necesitamos una mínima energía para conseguirlo. Las opciones ocupan espacio mental, aunque las descartes.

3. Aumentan nuestras expectativas. Barry Schwartz en una de sus conferencias explicó que siempre viste vaqueros. Antes era fácil comprarlos, solo tenías que indicar tu talla al vendedor. Este psicólogo confesaba su mareo actual cuando el dependiente le pregunta cómo los quiere: ¿talle alto, bajo?, ¿lavados a la piedra?, ¿rotos, cosidos?… “Lo curioso es que ahora que puedo elegir entre tantas posibilidades estoy menos satisfecho con mi compra… tanto es así que he tenido que escribir un libro para entender el porqué”, bromea. Se refiere a su obraPor qué más es menos. Según él, cuando te ofrecen tantas variedades de un producto, aumentan tus expectativas. En el caso de los pantalones, piensas que te van a quedar mucho mejor. Y cuanto más altas son las expectativas, más difícil es que la realidad se acerque a ellas. La insatisfacción está servida.

Cuando lo que se esperaba era menor, podíamos llevarnos sorpresas positivas. En nuestros días, esta alegría inesperada es cada vez menos común.

4. Crece el arrepentimiento. Unos meses atrás, la mujer de un amigo me invitó a su fiesta sorpresa de 50º aniversario. La celebración consistió en un día en el campo con muchos amigos y muchas actividades a elegir. Debías escoger entre unas cuantas: excursión en bicicleta, a pie, rafting, relajarse en el lago… Todas atractivas. Mi parte sedentaria escogió el lago, y la verdad es que tengo un recuerdo muy bonito de esa tarde. La compartí con una amiga con la que hacía tiempo que no coincidíamos, y la conversación fue de lo más suculenta. Pero… ¿me lo habría pasado mejor si hubiese ido de excursión? Al final del día, cuando todos estábamos juntos de nuevo, la pregunta que iba circulando era: ¿qué tal lo habías pasado en bici?, ¿qué tal el rafting?… Creo que en el fondo de esa cuestión había la necesidad de saber si cada uno había elegido bien la actividad. No sé si alguien se arrepintió de la opción elegida. Lo que sí está claro es que cuando crecen las posibilidades de elección, también lo hacen las de arrepentimiento.

5. Aumenta el sentimiento de culpa. Cada día existen más tipos de tratamiento para un mismo diagnóstico dentro de la medicina alopática. Y además también podemos optar por salirnos de ella y recorrer los caminos menos “oficiales” de las alternativas. La decisión es toda nuestra. He oído en más de una ocasión comentarios del tipo: “ha muerto de cáncer, pero es que no quiso quimioterapia y se fue hacia las terapias naturales” o “se murió porque no probó otras terapias menos intrusivas y más naturales”. En cualquier caso, parece que la culpa es del muerto. Horrible.


Tenemos miedo a desperdiciar la vida, a perdernos algo, pero… ¿el qué? ¿Esa fiesta que vemos en Facebook, el coche que tiene el vecino, un superviaje como el que hace nuestro primo…? Realmente la desperdiciamos cuando ocupamos nuestras sinapsis en: elegir “el mejor” reloj, en idealizar la vida de los demás, en sentirnos frustrados por no vivir tan intensamente como supuestamente viven los otros… Inmersos en nuestros montajes mentales sí que nos perdemos algo: apreciar lo esencial. Bonnie Ware acompañó a muchos enfermos en los últimos días de su vida. Ninguno se arrepintió de no haberse comprado ese coche o de no haber ido de vacaciones a no sé dónde. Esas personas, al mirar atrás, confesaban que si volvieran a vivir, disfrutarían más de sus amigos, no se dejarían acorralar por preocupaciones nimias, expresarían con más sinceridad sus sentimientos… Conclusiones lúcidas que propicia la cercanía de la muerte, pero a las que afortunadamente podemos llegar sin tenerla cerca.