¿Quién no ha fracasado en algo alguna vez? ¿Quién no se ha sentido vencido en algún momento de su vida? Prácticamente nadie. Es una emoción intensa, vital, dolorosa, inevitable y, en ocasiones, beneficiosa para el desarrollo personal. Con el fracaso se sufre, pero de él se aprenden muchas cosas si la experiencia se afronta con decisión, valentía y voluntad de superación.
El fracaso consiste en no lograr unos objetivos esperados a corto o largo plazo, y se acompaña de una vivencia amarga, desagradable y frustrante, que todos, y seguramente más de una vez, hemos tenido que afrontar. Es parte de la vida, la otra cara del éxito.
Hay que distinguir entre la sensación de fracaso ante un fallo o contratiempo real, y la sensación que sobreviene sin motivo y de las que nos vamos a ocupar más adelante. La primera es la vivencia de un fracaso y en ella hay que matizar unos aspectos: la intensidad, la coherencia con el hecho que la desencadena y la forma de reaccionar. Ante un resultado adverso se siente, como es lógico, desagrado y frustración que se van atenuando hasta desaparecer. Lo normal es que el individuo, pasados los primeros momentos, razone sobre los motivos de su fracaso y a la luz de éstos consiga superarlo y evitar que vuelva a producirse. Es anómala la reacción excesivamente intensa, que dura demasiado tiempo o que se convierte en improductiva. A la hora de reaccionar ante un fracaso es fundamental la personalidad del individuo; las personalidades fuertes y maduras ponen en marcha todos sus mecanismos de defensa y superan de forma positiva el contratiempo; las personalidades más débiles e inseguras suelen venirse abajo ante escollos relativamente pequeños y necesitan mucho más apoyo del exterior para superarlos.
Hay sensaciones de fracaso del todo injustificadas. Las cosas pueden marchar relativamente bien y el sujeto sentirse abatido y hundido, incapaz de resolver el más mínimo contratiempo y con la sensación de fallar y haber fracasado de forma general o en algo muy concreto. Es un fracaso imaginario que arranca de sentimientos de inferioridad y minusvalía («uno cree que es un completo inepto y que no tiene futuro») o acompaña a rachas depresivas. Durante la depresión hay un hundimiento vital que se puede acompañar de esta sensación y que entra dentro del campo de la patología. No hay razonamientos que valgan ya que el mismo punto de partida de este sentimiento no es real ni lógico. Por lo común, al mejorar la situación afectiva o la autovaloración, esta sensación desaparece.
Hay ocasiones en que las expectativas no llegan a cumplirse, porque estas expectativas eran excesivas e irrealizables. No es raro que a veces sean expectativas impuestas por el entorno, lo que el padre, los amigos o las parejas pensaban que uno debía lograr pero que el interesado no veía tan claro. Se le forja un destino al individuo que él no ha decidido, pero si lo acepta y no llega a cumplirlo se sentirá fracasado, como si estuviese fallando a los demás sin haberse parado a pensar cuáles son sus propios deseos. Uno debe elegir su propio futuro, saber qué quiere, cómo y cuándo, de lo contrario, la excesiva presión ambiental condiciona su actividad y su estabilidad psicológica.
El «síndrome del fracasado» es la sensación permanente de haber fallado, de no haber logrado nada, de no tener posibilidades, que afecta al pasado, al presente y que permanecerá en el futuro. Puede ser tanto por motivos reales como imaginarios, pero el resultado es siempre que el sujeto se siente insatisfecho consigo mismo y con su vida. Una reacción casi esperada es sumirse en la frustración, la renuncia y el abandono; ésta es una de las vivencias más desalentadoras que se pueden sufrir y el individuo se convierte en un ser inoperante, sumido en la tristeza y en la incapacidad para superarse a sí mismo. El sujeto pierde la iniciativa, la capacidad de lucha, la resistencia a las eventualidades, cae en fases depresivas y puede desear morir. No pocas veces el alcoholismo y la drogadicción se convierten en las únicas vías de escape.